Las ataduras, las imposibilidades, las cegueras, son temas recurrentes en la obra de Julio Grisales; síntomas que tomamos como propios de aquellos que se ven encadenados socialmente, estigmatizados y sometidos por cuestiones como las enfermedades y que, no obstante, podrían funcionar a la perfección como el retrato de cualquiera de nosotros.
Como sucedía con las tempranas obras de Espaliú, las fotografías de Grisales son un grito a favor de la comunicación, de la comprensión y el apoyo como única vía de relación entre los seres humanos.
Una comunicación necesaria que va más allá del discurso social sobre la enfermedad; tendemos a pensar en los “marginados”, los “débiles”, los “enfermos”, como las personas que más necesitan de este tipo de relaciones, movidos más por nuestras propias ataduras que tratando de hacer menos tortuosas las suyas. Sin embargo, cabría pensar, ¿no son todos estos prejuicios y preconceptos aprendidos unas ligas mucho más sólidas que las que creemos que atan a los demás? ¿quién, al final, se encuentra más atado y está más necesitado de comunicación?
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